...fugaz...

Apenas faltaban 5 minutos para cerrar la puerta, estaba agotada, como si parte del peso de este mundo se hubiese instalado en sus hombros. Con el pensamiento fijo en una parte de su ayer doblaba unos pañuelos de seda, le encantaba tocarlos, tan delicados. De repente escucha el sonido de unos pasos correr. Levanta la vista y allí estaba ella.

- Hola, ¿se puede?.- pregunta la chica con una sonrisa inocente.
- Si claro pasa, todavía no hemos cerrado.- A veces se preguntaba por qué hablaba en plural si estaba sola. - ¿Te puedo ayudar en algo? -su cara le sonaba, ya esta, era la chica que le preguntaba por una talla más de pantalón cuando la que se estaba probando le quedaba muy bien.
- Creo que te he visto antes, puede que estuvieses aquí hace unos días?
- Si, me llevé unos jeans y ahora quiero otros, he visto unos que me han llamado la atención. Ocurre que me da un poco de corte, porque es hora de cierre y te estoy entreteniendo.
- No pasa nada. Yo cierro si no te importa y mientras termino de doblar unos pañuelos te pruebas los pantalones. ¿Te parece?
- Si claro, muchas gracias.- No podía evitar quedarse encantada en esa sonrisa, ese destello en los ojos cuando la miraba. Su radar no había saltado, aquella mujer no era de las que se sentía atraída por otra mujer. Debía alejar de su mente esos pensamientos ya. Se dio la vuelta y tomo rumbo al probador con los jeans de su talla.Al instante oyó que la chica se acercaba.
- ¿Podría ver como te quedan?.- No sabía como, pero esa pregunta había salido de su boca, sentía atracción por aquella clienta. Estaba loca, se estaba arriesgando incluso a que la despidieran. Además, la muchacha no había hecho ningún gesto que indicase un interés más allá del comercial.
- ¿Estas lista?, salgo.- Fue la respuesta a su pregunta. Y al instante la puerta del probador se abrió. Fascinada quedó, llevaba los pantalones pero sin abotonar. - ¿Sabes? Creo que me miras con muy buenos ojos.- el silencio hizo acto de presencia. Parecía que el tiempo se había detenido, allí estaba aquella preciosa dependienta con un pañuelo de seda negro en la mano encantada mirando sin decir nada.
- Te lo digo porque tienes tendencia a darme una talla que me va muy ajustada y en este caso apenas puedo abotonarme el pantalón.
De repente si saber como la dependienta guió su pasos hacía el probador, posó sus manos en la cremallera a botones del pantalón. Al contacto ambas perdieron la respiración. Y suavemente comenzó a abrochar aquella prenda que se moría por quitar. Compartieron un suspiro, una mirada directa y sus bocas ya se estaban besando. La puerta del probador volvió a cerrarse. Las lenguas comenzaron la batalla. Con calma deliberada la dependienta apoyo a su presa contra el espejo del probador, el hecho de ver el reflejo de ambos cuerpos abrazados la enloquecía. Se repetía una y otra vez, Dios, que bien huele. Dios como besa. No podía desprenderse de su boca. Haciendo un esfuerzo sobrehumano se deslizo por su cuello. Notaba como se estremecía cada vez que ejercía presión con sus labios en ciertos puntos. La sensación de tocar esa piel tan caliente mezclada con el frío de las paredes del probador la sumergía en un océano de emociones acelerando sus latidos y sus deseos. La paciencia empezaba a resquebrajarse cuando de repente su amante giro su cuerpo y ahora ella quién estaba contra la pared. La clienta era demasiado hábil. Tenía que reconocer que la estaba matando lentamente de placer con aquel juego. Le quito el pañuelo de las manos y ato sus muñecas a la espalda. Evitando así que la pudiera tocar la y consiguiendo que su deseo aumentase.

-Ahora voy a ser yo quién juegue a desabotonar.- mientras se comían las bocas y los jadeos se hacían mas frecuentes la clienta hizo muestra de su arte. Abrió el pantalón y deslizó la mano. Sonrió al comprobar que la humedad de su bella dependienta afloraba sin descanso. Con la otra mano empezó a soltar la camisa, necesitaba sentir como se liberaba el calor del cuerpo que quería amar en ese mismo instante. Si hubiese podido elegir un lugar dónde morir, sería besando aquel pecho que no paraba de hacer muestras de su agitación. Con la punta de los dedos dibujó el contorno del sujetador. Y en un suspiro apenas audible soltó el broche. Más, necesitaba saborear más aquella piel y paso la camisa por los hombros siguiendo la prenda íntima el mismo camino. A su disfrute, así estaba aquella mujer de cabello castaño que días atrás le regalase la más bonita de las sonrisas que había conocido al darle la bolsita con su compra. Con la insolencia que dictaba la situación bebió la dulzura de los senos de quién suspiraba, la calidez de la boca se quedo prendida de las cimas que pedían todo tipo de caricias con distintos niveles de presión. Aquel espacio se había vuelto atemporal. La urgencia de sentir golpeaba con fuerza. Quería desfallecer en sus brazos, intento sujetarse, anclarse al cuerpo de su castigadora. Las piernas perdían fuerza, no sostenían su débil ser en pie. Y cuando ya creía caer al vacío unos dedos expertos se adentraron en su intimidad. El desenlace estaba cerca lo podía percibir con cada nueva caricia y cuando estaba al borde de abrazar el mayor de los anhelos su dulce clienta la flagela cambiando el rumbo de los movimientos. Insoportable, ardía por dentro, quemaba por fuera.
- Por favor, moriré si no acabas esta dulce tortura.- Sus ojos se encontraron. Una mirada directa dónde reflejarse cada una.- Y en ese instante, la amante con apremiante necesidad besó su boca mientras presionaba con sutiliza en el punto exacto. Sus pupilas se dilataron y el éxtasis se apodero de los cuerpos. El placer recibido por la dulce dependiente traspaso la esencia de la provocadora clienta.